Durante el verano, cuando voy a Brozas
cada fin de semana, por imperativo y sobre todo cariño familiar, me dedico a
repasar algunos libros antiguos de mi extensa colección. Me encuentro con uno
de fotografías, sólo de fotografías que me regaló Antonio Díaz Ventura cuando
era vicepresidente de la Junta de Extremadura titulado “Extremadura en verde,
blanco y negro”
El prólogo, titulado “Extremadura en
la magia de la mirada” era del pintor extremeño
hiperrealista Eduardo Naranjo (Monesterio 1944 http://www.pintoreduardonaranjo.com),
amigo contertulio en las cenas de los extremeños en Madrid, con fotografías de
Ceferino López (fotógrafo del diario HOY. Mérida 1954, http://es.slideshare.net/SamaelAF/ceferino-lpez
) y María Luisa Martínez, que publica algunas fotos en colores, acompañado de
un texto de presentación que firmaba el entonces presidente Juan Carlos Rodríguez
Ibarra. El precioso libro estaba editado en 1991 por la Presidencia de la Junta
de Extremadura.
En sus 510 páginas había las más
curiosas, amenas, divertidas, artísticas, naturales fotografías realizadas por
estos dos grandes profesionales de la foto y comentada por un académico de la
Real de Extremadura de las Artes y las Letras. Ibarra dice en su presentación: “El espectador de este libro tiene la oportunidad
de realizar, en el transcurso de sus páginas, un completo recorrido visual por
nuestra región. La obra encierra un alto valor histórico y social de ofrecer una profunda semblanza del
espíritu de nuestra tierra…”
Eduardo Naranjo, “pobre soñador de
la pintura”, usando sus palabras, y hombre de espíritu delicado le aporta una
visión poética a esta magna obra gráfica. Y dice Naranjo de Ceferino López: …”que detiene con su retina y la máquina un
fugaz instante de la vida cotidiana, presente en esos sugerentes rincones urbanos”.
El libro recorre todos y cada uno de
los núcleos de población de Extremadura, comenzando por Alcántara, con fotos en
su primer capítulo de Alcántara, Brozas, Ceclavín, Mata de Alcántara, Navas del
Madroño, Piedras Albas, Villa del Rey y Zarza la Mayor”.
De Brozas recoge el instante en que
el pregonero Eusebio López, hombre ameno y agradable en el trato, dando su
pregón, mientras un broceño le mira sonriente, en una esquina de una calle que no
sabría decir cuál es.
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