El edificio donde vive mi madre es de 1848, al menos esa es la fecha que pone en su fachada renovada y donde campean los escudos de los Rivero y de los Domínguez, que un servidor hizo colocar cuando se reformó el edificio.
A la casa llegan ruidos de toda clase, pero los más atractivos son los que vienen de las muy próximas cercas y cortinas que hay por aquí, ya que somos los últimos del pueblo y más allá sólo hay campo con sus animales.
Abro la puerta y una coral de cantos de pajarillos me alegran los oídos; un poco más allá, el ladrido de un perro, que contesta de inmediato otro. Debajo de mi terraza el dolondón de un cencerro como diría el poeta Luis Chamizo de una oveja de mi vecino Felipe. Esta mañana berreaba la oveja que come tranquila y sosegadamente el pasto primaveral del huerto donde se cría libre. Y llega en estos momentos el quiquiriquí del gallo que como buen macho es respondido por otro.
Pájaros, vacas, ovejas, perros, gallos, un pavo… yo qué sé zoológico ganadero hay cerca de mi casa y eso alegra la estancia. Uno está en el campo en un pueblo y … por la noche, sale a respirar el aire puro y sereno y se encuentra con el croar de las ranas. Pese a que uno viaja por todas partes del mundo; por ejemplo el domingo pasado estaba en Brasil, ¡qué bien se vive en Brozas!
El sábado 22 de mayo estuve en Florianópolis (Brasil), donde acudí como jurado internacional de Festival de Cine. Allí me acordé de ella pero… ¡estaba tan lejos!
Con el tiempo me han enviado desde allí un MP3 en forma de CD que ofrece los ruidos de todo Brasil. Son ruidos del Pantanal, de la selva, de la zona costera. Son maravillosos ruidos y sonidos de los animales salvajes que pongo en mi ordenador y me acompañan durante horas y horas en total seis.
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