Son las diez y media de la noche del
11 de agosto de 2016; escribo en mi terraza al calor del “ferragosto”
madrileño, cuando hace tan solo meda hora abro mi teléfono para ver las últimas
noticias y una de ella me hiela el corazón: “Fallece Vicente Oya Rodríguez, cronista
oficial de la provincia de Jaén”. Conocí
a Vicente en julio de 1973 en la redacción del diario “Jaén” que dirigía don
José Chamorro y que entonces estaba en el mismo centro de la ciudad jaenera, en
la calle Carrera de Jesús, número 3, donde ahora hay una residencia de
ancianos.
Me acuerdo de las tertulias de mi
amigo Vicente dando consejos de veterano periodista a un jovencito alumno en
prácticas, desde uno de los balcones que daba a la Carrera de Jesús, mientras
escuchaba tranquilo el fotógrafo Higinio y a lo lejos tecleaba la máquina de
escribir el compañero Rafael Alcalá, natural de Málaga, pero enraizado en la
ciudad del Santo Rostro.
Y fue precisamente este periodista
malagueño quien me sugirió a tomar un
vino en la taberna “El Gorrión, donde se halla el jamón ibérico más antiguo
que conozco, un pernil de 1918, que se libró de ser partido y degustado porque
sus dueños lo perdonaron al conocer el fin de la I Guerra Mundial.
Pues bien Rafael Alcalá y Vicente
Oya Rodríguez protagonizaron una singular anécdota, contada personalmente por
el segundo a este humilde “escribidor”. Una tarde calurosa de agosto, hacia las
cuatro, en plena siesta, discutían ambos
compañeros de la finura de las piernas de Alcalá y las gordas del amigo Vicente,
y su una de las de éste valía por las dos de las de aquél. Deciden medírselas y
para eso, Alcalá, bajo en peso, decide subirse a su mesa de redacción, se baja
los pantalones, quedándose en calzoncillos, para que con las dos manos Vicente
pueda medir el contorno de las dos pantorrillas “alcalaínas”. En ese preciso momento
chirria una puerta de madera de la entrada a la redacción y que tenía como cierre una bolsa llena de
arena que con una polea la cerraba “automáticamente”. ¡El chirrío aún resuena
en mis oídos!. Suena la puerta y el que abre viene vestido de negra sotana y
sombrero también negro: Es el deán de la catedral que venía a traer su artículo
religioso para la edición dominical, encontrándose con el cuadro que hemos descrito.
Ambos periodistas se quedan petrificados y solo Vicente arguye: “Don Tal, mejor no le contamos nada, porque
no se lo va a creer”. Y la historia es tan verdadera, que me la contó el propio Vicente.
Vicente Oya me ayudó en mi crónica
cuando falleció un personaje del antiguo régimen franquista y uno, joven imberbe, y sin experiencia, redactó una
corta noticia; él con su buen hacer elevó mi pequeña crónica a una página
completa del diario “Jaén”, al que le estaré muy agradecido por todo lo que aprendí
allí.
Fue el año pasado cuando volví a
coincidir con Vicente Oya, cronista organizador del Congreso Nacional de Cronistas
Oficiales, al que acudí como cronista oficial de la villa de Las Brozas
(Cáceres); me lo encontré pletórico, con ganas de seguir trabajando por su
querida Jaén, capital y provincia. En ese congreso, Vicente Oya, con su
característica humildad, fue galardonado
con el título de Miembro de Honor de la Real Asociación Española de Cronistas
Oficiales, a cuya junta directiva tengo el honor de pertenecer, como fui el
promotor de la Asociación de Cronistas Oficiales de Extremadura, como mi amigo
y maestro, Vicente Oya, fue el presidente fundador de la Asociación de Cronistas
Oficiales de la Provincia de Jaén.
Dios
lo tenga en su gloria.
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