El congreso nacional de cronistas oficiales
se ha clausurado en el convento de Santo Domingo de Orihuela, El Escorial del río Segura. Se trata de
un precioso edificio con una gran historia y un bellísimo templo intentado
destruir en la desgraciada Guerra Civil Española. En la clausura el presidente
saliente, Joaquín Criado pidió disculpas al pueblo de Orihuela porque los cronistas
no supieron estar a la altura de las circunstancias cuando en una visita a la
casa de Miguel desde el congreso de Torrevieja, algún cronista mostró en público
una pésima educación contra el excelso poeta e hijo de la ciudad: Miguel
Hernández. Y a mí me supo aun mucho peor, al conocer que ese cronista era
extremeño. Dicho esto, y tras pedir perdón públicamente, la mesa presidencial
clausuró oficialmente el congreso de cronistas oficiales.
Si
embargo, a mí me emocionó estar en la casa de Miguel Hernández, donde naciera
un 30 de octubre de 1910. Allí mismo, al entrar, un plato de cebollas esperaba
al viajero. Indudablemente hacía referencia a la Nana de las cebollas, aquella
que le dedicó a su niño Manuel Miguel.
Recuerdo la Nana de las cebollas en la voz de Joan Manuel Serrat. Pero la
recuerdo también en las voces de la coral de mi pueblo de Las Brozas. Aún me
resuena en el templo de Santa María dirigida por el hoy alcalde Antonio Moreno.
Deliciosa interpretación.
Y todo esto me viene mientras visito la
casa del poeta en Orihuela, poco antes de dejar la ciudad con destino a Madrid.
Y veo el retrato de Miguel Hernández, y su retrato pintado en la cárcel de
Madrid por otro de los grandes, Antonio Buero Vallejo, con el que coincidí una
tarde tomando una cerveza en la cafetería que está situada en los bajos de la
Plaza de Colón, en Madrid. Haber estado en la casa de uno de los más insignes poetas
de la lengua española, sencillamente, me turba.
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